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Adoro el mar. Durante un tiempo no podía pasar demasiado tiempo sin ir a la playa, de modo
que no iba casi nunca.
Esta afición la compartía con un amigo. No íbamos al mar juntos. Es decir;
no íbamos al mar, pero lo hacíamos juntos. De todos modos era bonito pensar que
algún día estaríamos ahí, sentados en la arena.
No me gustan las aguas tranquilas y templadas del Mediterráneo o el Mar Menor. El mar no
es siempre el mismo.
De San Sebastián recuerdo olas enormes de agua gris y helada, como una nube cargada de tormenta, golpeando con
tal fuerza las rocas que te hacía sentir miedo. Yo miraba a una chica y ella me miraba a
mí.
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Donostia. Día de playa. Estoy hasta las narices de llenarme de arena, pero lo
cierto es que me encanta rebozarme en ella para ir seguidamente a la orilla, donde
rompen las olas, a quitármela toda.
Una de estas veces llegó una ola inofensiva
y me llevó hacia adentro. Mi madre se tiró a cogerme.
Sólo recuerdo la
vuelta a casa: mi madre, empapada y descalza, llevaba de la mano a una niña, empapada
también, que lloraba porque la había arrastrado una ola. Tardé un
año en volver a bajar a la playa de Gros a rebozarme en la arena y meterme en el
agua. Hoy me encanta hacerlo siempre que puedo.
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